Bernard Shaw lo ha dicho en un epigrama perfecto: «La regla de oro es que no hay regla de oro» (The golden rule is that there is no golden rule). Discutimos más y más los detalles de arte, política, literatura. Importa la opinión de un hombre sobre los tranvías, importa su opinión sobre Boticelli; pero su opinión sobre todas las cosas no importa. Puede dedicarse a explorar un millón de objetos, pero no tocará aquel punto singular, el universo; porque si lo hace tendrá que admitir una religión, y estará perdido. Cualquier cosa importa, excepto el todo.
Apenas se necesitan ejemplos de esta absoluta ligereza sobre la filosofía cósmica. Apenas son necesarios para probar que, pensemos lo que pensemos sobre los asuntos prácticos, no creemos importante que un hombre sea optimista o pesimista, cartesiano o hegeliano, materialista o espiritualista.La idea moderna es que la verdad cósmica es de tal insignificancia que no importa lo que cada cual diga.Nunca ha habido menos discusión acerca de la naturaleza del hombre que en esta época, en la que, por la primera vez, todos pueden discutirla. Las antiguas restricciones implicaban que sólo los ortodoxos podían discutir la religión. La libertad moderna significa que nadie puede discutir nada. El buen gusto —la última y la más vil de las supersticiones humanas— ha logrado acallarnos, allí donde todos los demás empeños fracasaron. Ahora, en nuestro tiempo, filosofía y religión —es decir, nuestras teorías sobre las cosas fundamentales— han sido expulsadas más o menos simultáneamente de dos campos que solía ocupar. Solían dominar la literatura ideales generales: han sido expulsadas al grito de «Arte por el arte». Solían dominar la política ideales generales; han sido expulsadas al grito de «eficiencia», que podríamos traducir como «política por la política».
Persistentemente, durante los últimos veinte años, los ideales de orden y libertad han mermado en nuestra literaratura, como han mermado en nuestros parlamentos las ambiciones de ingenio y elocuencia. La literatura se ha hecho adrede menos política; la política se ha hecho adrede menos literaria. En ambos casos, la teorías generales de la relación entre las cosas han sido expulsadas; y nosotros preguntamos: «¿Qué hemos ganado o perdido con esta expulsión? ¿Es la literatura mejor, es la política mejor, tras haber rechazado al moralista y al filósofo?»
G.K.Chesterton
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